25 de julio de 2010

Tamura y la muerte: saludar el kamiza.



“El siglo que viene es el de la posibilidad para todos los seres vivientes de desarrollarse en armonía. Todos los hombres llevan en su corazón un sueño que pueden transformarlo en realidad. En cambio, si llevamos en el corazón temores o miedos, estos pueden de la misma manera hacerse realidad. Es por eso que es importante llevar consigo la alegría, la belleza, la paz, para poder manifestarlas.”

Tamura Nobuyoshi. 1º enero de 1998. Carta de año nuevo.

Mi Sensei ha muerto. Se trata de una nueva etapa que se inicia con un vacío. Vacío que deja sin sentido cosas que antes estaban claras y esclarece completamente otras.

Cada vez que me acercaba al Kamiza de O’sensei procuraba realizar con consciencia plena cada movimiento del saludo. Ser consciente de la responsabilidad y lo que significa dirigir la clase. Sin embargo algunas veces me preguntaba: ¿qué sentía Tamura Shihan cada vez que realizaba el mismo saludo? Recordaba que durante años mi gran maestro había convivido, aprendido, disfrutado, y también compartido muchas anécdotas, muchas de ellas muy personales, con Ueshiba Sensei.

El sábado 17 de julio, pocos días después de mi cumpleaños, realicé con algunos de mis alumnos allegados una clase de Aikido como despedida al que ha sido mi referencia marcial durante 22 años. Fue todo un samurái. La ceremonia fue en el río Turia, pasó sin incidentes, aunque tengo que reconocer que algo pasó cuando tuve que saludar a Tamura Sensei. Una gran emoción me embriagó, fue tan fuerte que empezó a exteriorizarse y con fuerza la pude controlar. No es fácil. Fue así como llegué a comprender los sentimientos y la sensación de profunda gratitud que seguro sentía Tamura Shihan cuando saludaba a O’sensei.

Tamura Nobuyoshi, un hombre fuerte de espíritu, jamás cedió al dolor ni a los contratiempos. Eso me recuerda una anécdota de entre tantas que viví con él durante los 5 años que residí en Francia. Solía bajar con frecuencia a su dojo, el Shumeikan en Bras, donde entrenaba y convivía con mis amigos y la familia Tamura. Allí Madame Tamura, su mujer, me dijo que él tenía bastante mal la rodilla y que los médicos le habían pedido reposo durante unos días. Sin embargo, el sensei no era amigo de los calmantes y de ahí que decidió dar la clase en medio del tatami haciendo ikkyos sentado en una silla!

Este hombre deja fascinado a quien lo conoce y lo ve practicar Aikido. ¡Vaya! Aún escribo en presente, creo que me va a costar acostumbrarme. Mi pésame a Madame Tamura, sus hijos y nietos, y a sus alumnos más allegados.